domingo, 25 de agosto de 2013

SARA MONTIEL ¡Un mito jamás olvidado!



SARA MONTIEL
¡Un mito jamás olvidado!



Atrás, disolviéndose en la efímera y fugaz remembranza, quedaron los ecos de los aplausos emocionados -¿histéricos?- de una muchedumbre enardecida por la pasión que, en un desmesurado alarde escénico, hace propio el dolor ajeno. De los abrazos entre periodistas con afán de notoriedad, o de políticos advenedizos y oportunistas de óbitos inesperados frente al escenario de fusilador de cámaras de televisión. A las “trágicas” lagrimas de cocodrilo de Maruja Díaz, sostenida por los leales "joyeros mayores" de su propio reino caduco y rancio.
La incontinencia lacrimosa productos de la compunción colectiva; de los minutos de dolor agónicos del pueblo anónimo en la puerta de la casa de la Montiel.
De todo aquello solo quedan los vídeos patéticos en youtube o el imperio inmortal de las fotografias sapicando textos de crónicas que conforman la maqueta de multitud de páginas impresas que sucumbirán inexorablemente bajo el inclemente polvo y el olvido en nuestras maltrechas hemerotecas. Sellando faraónicamente el fin del pricipio, como acta solemne de defunción del último gran mito fenecido en España.
Páginas plañidas y plagadas de adulaciones y morbo vomitado por la inesperada muerte de Sara Montiel. Páginas miniadas con los recurridos y manidos tópicos triviales: “Se fue la española universal”, “El entierro del último cuplé”, “España entera la llora”, “Entró en la eternidad Sara Montiel”.
Sí, atrás quedó todo. Acallado el tumulto que hizo detenerse a la Gran Vía y a la capital del Reino. Sosegado el dolor de los más cercanos, todo nos parece un sueño…
Un sueño del que no quisiéramos despertar para seguir imaginándola ahí; con su belleza; con su arte; su gracia por arrobas; en la tierra que la vio nacer y crecer como diosa Dulcinea, hasta convertirse en un mito y caminar entre los más grandes y más mediocres, entrando de puntillas y en silencio en la inmortalidad tan merecida. Pero, no. No es posible; la terca realidad transforma el sueño en pesadilla y, alucinados, despertamos en los pedregales de este ámbito, donde ya ella jamás podrá alojarse; donde jamás podremos disfrutar de su sonrisa o de su dulce voz de novia y Dulcinea mejor de nuestros sueños.
Mientras tanto, cómo mitigar el dolor inmenso de su ausencia y del vacío de “poder” que ha dejado su trono inerme, ahora disputado por  plañideras abanderadas con sus uñas largas en sus pies infames. Perrunas diosas que se creen con derecho a ocupar el trono de luto de Su Graciosa Majestad Sara I, como arribistas emperatrices de la belleza y la elegancia más sublime. ¡Tururú a esas marujas!
Sara sin trono y destronada por la muerte aguarda ahora bajo pesada losa de piedra de novelda en el recoleto cementerio sacramental del Madrid de sus amores. Durmiendo en plenitud el sueño de la paz.


Me decía indignada su gran amiga de juventud en Campo de Criptana Merceditas Lydia, -narrándome mil vivencias junto a la manchega universal- con voz de niña traviesa y sabedora de incontables azañas de esta "divina diosa de la Mancha"; “!cuantas mentiras y patrañas se están diciendo y vociferando de Sarita en el Sálvame, que... h... y  canallas!”. ¡Pues si Merceditas, pues si! Muchas y muchos y en todos los ordenes. Y sin pensar en el daño irreparable que se le hace a la ilustre muerta.  ¡Cuántos oportunistas quieren hacer ahora buena leña del árbol fenecido para sacar brillo freneticamente a sus tronos anclados en los platós infames. !Siempre a costa del sudor ajeno! Movidos del miedo a verse destronad@s de sus sillas de de doble uso para ell@s: de garrote vil y de fiscales carroñeros de todos los famos@s.
Por no respetarse tan ni siquiera, malograron sin decoro el funeral “insólenme” dedicado a  la Saritísima coronada de violetas en su frente y memoria maltratada.
Situación indigna que tanto cabreo y exasperación ocasionó a este leñador y paisano de la ilustre finada y "homenajeada" espiritualmente. Teniendo yo que abandonar aquel sagrado recinto maldiciendo mil veces aquel enjambre de nefastos talibanes y farabutes de la prensa amarilla venidos a menos.  
Periodistas todos buitres a la caza de quien estaba o quien faltaba en aquel "divino" acto; “amigos” que asistieron en bermudas y otras reinonas embueltas en telas de leopardo. Retales chalaneados en mercadillos de lachusma más deleznable y con olor a anciana naftalina.
Horror sentí en mis carnes al contemplar aquella cara de suma mala leche. Un Mariñas deambulante por el templo, como rabo irreverente de lagartija cortado por el mismísimo demonio. Aquel jodido bigote tan irascible y enmarañado. !Solo le faltaba al necio cronista ceñir una sotana pada ir armado hasta los dientes! Para hacer cabal sacristán de agria y mala uva de cualquier sacristía consagrada al chisme. Espanto y risa provocaba su larga americana -seis tallas más grande- de su diminuta figura. Ejemplo a la vista de una “americanafalda” de bufón de estos fatales tiempos del pensamiento inexistente. Sin decir las mangas largas, que apenas dejaban ver sus rudas manos, de fino “juntalíneas” mordaz  e irreductible de todo lo que se menea en esta triste patria.
Amén de otros impresentables allí presentes que sin respeto alguno entraban al templo como un lugar cualquiera.
Una célebre, "descortés" y “desconsolada” periodista paseaba por aquella iglesia, embuchada -como morcilla extremeña- en vaqueros  para más bien lucir dos grandes artesas de elaborar quesos de la tierra de la Divina Sara. !Espantoso  y cínico orco, hábil en mentir y sembrar infamias por donde quiera que pase! Pues donde coloca su pezuña, -lo asegura este leñador- no vuelve jamás a crecer,  no las flores, si no la hierba más mundana.
Sin entrar en la repugnante insidia de algunos medios de comunicación, y sus "comunicadores" sabemos que Sara fue una gran madre, una gran amiga. Sobre todo una gran estrella que fulge allá en lo alto a pesar de que su luz ciegue aquell@s que vuelven sus ojos y su deleznable presencia a la mediocridad más sublime.
¡Sara Montiel! ¡Tu nombre permanecerá, permanecerá tu fama, tu honor, mientras haya hombres y mujeres, mientras viva el arte y exista Dios! ¡Por infinitas eternidades!



Liberto López de la Franca

En los alrededores de Montecarlo XXV-VIII-MMXIII